sábado , septiembre 21 2024

Atención: Brasil tiende una «emboscada»

El Mundial comenzará en pocos meses en “el país del fútbol”, y en el Amazonas esperan que la verdiamarilla sea vencedora. Por eso, anhelan ver una corte estelar que corone al “rey” de las canchas

Cierta vez, hace ya un montón de años, un amigo nos dijo: “Va a comenzar el Mundial, por eso voy a refugiarme en Chicago. Odio al fútbol”.

Era, por entonces, una postura respetable. Había posibilidades de evitar el contacto con el balón y todo lo que ello implicaba, en un lugar que, como Chicago en este caso, podía servir de cuartelillo y de muro de contención para algo que podía llegar con el avasallamiento de un fenómeno de masas.

El amigo no quería que le hablaran de fútbol (entonces estábamos en 1990), y de cierta manera lo consiguió. No obstante, como los tiempos cambian, hoy no podría escapar al influjo de un actor social implacable, voraz, que ha hecho suyo inclusive el territorio de Estados Unidos, con todo y Chicago adentro.

El Mundial es como las elecciones: por más que alguien quiera evadirlas, en todas las esquinas están hablando de ellas. Por eso es que, más que hacerle un dribbling, es recomendable acercarse a él. Es un río crecido, una vorágine de aguas turbulentas en la que, si no estamos dispuestos a navegar, nos arrastrará hasta llevarnos al fondo del lecho y ahogarnos sin remedio.

¿Para qué se va al Mundial? Solamente los 10 de siempre, Brasil, Argentina, España, Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Uruguay, Holanda, Portugal, van en busca del tesoro perdido llamado Copa del Mundo. Los otros 22, a exhibirse, a mostrarse, a decir que sus países existen, que tienen maneras de ser y pensar. No es posible creer, y que nos perdonen los hondureños, que Honduras va a Brasil a ganar el Mundial; y que nos disculpen los australianos, pero no nos cabe el pensamiento de ver a los “Socceroos” jugando la final el 13 de julio. Ni hablar de los bosnios, a quienes les importará mucho más el hecho de asistir a su primer Mundial que su destino futbolístico.

Pero no pierde su sentido de maravilla andar por una calle de Río de Janeiro y mirar a un grupo de gentes, vestidas con trajes largos de verde todo, collares incontables rodeándoles el cuello y las mujeres turbantes en la cabeza, cantando canciones típicas de Nigeria; o a festivas muchachas y muchachos de sombreros, y mil colores en su ropa, hablándonos de las bondades de Costa Rica y su democracia, y su ejército de soldados sin armas.

No hay convocatoria mayor que el Mundial, y en Brasil, “el país del fútbol”, esperan por todos. Es como una trampa, una armadilha como dicen los brasileros, una coartada para que todos sean la corte del rey y la verdiamarilla sea el campeón. No les pudo llegar la organización mundialista en mejor momento: más de 30 millones de pobres incorporados a la clase media, un nivel de vida que cambia dos reais por dólar, una industria que surte de carros a casi toda América Latina, un tránsito automotor a veces caótico, pero que al funcionar con alcohol no deja secuelas contaminantes.

Todas estas condiciones forman parte de la “trampa”; pero una emboscada dulce, fascinante, rodeada de playas, samba y garotas, “las mulatas que no aparecen en el mapa” de 1,80 de estatura, de ojos verdes y un poder de fuego a toda prueba; y los salvavidas insinuantes y de cuerpos inverosímiles. Los brasileros, principalmente los cariocas, hablan en metáforas, y es todo un enigma y un encanto descifrar su sentido figurado con todos sus pormenores.

Pero, como los búfalos que se exponen a las balas del cazador cuando su pareja está en peligro, todos van a ir al Mundial complacidos, deseosos de jugar al inocente con los anfitriones, de caer en su engaño, a disfrutar del paisaje y a ver si, en una de esas, son capaces de meter una zancadilla que ponga agua en la cerveza.

Y ver si, alguna vez, le sacan una lágrima al siempre feliz Cristo del Corcovado.

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