viernes , septiembre 20 2024

Daniel Centeno

Columnista de Sala de Espera, escritor, editor y experto melómano, que con cada escrito nos refresca y revela datos del mundo musical y sus protagonistas… Ahora le toca delatar sus propios gustos

Escribir una lista es algo paradójico: suele ser un ejercicio que se balancea entre lo innecesario y lo reconfortante. Por eso también se le adjudica el adjetivo lúdico, cuyo fin es dejar mejor parado a quien la hace. Y, puestos a defendernos, podríamos decir que gente tan notable como el finado Umberto Eco era muy afecta a este ejercicio de memoria y banalidad. De la isla desierta mejor ni hablemos…

Sólo me piden tres discos, tres películas y tres libros. El estilo es lo de menos. O lo de más, para quien esto escribe. Ya elegir tres álbumes de salsa, de música clásica, de rock o de jazz es un esfuerzo tan grande como el que haría un Papa al que le pidieran escoger los tres peores pecados que ha escuchado en su carrera. ¡Qué decir de los géneros literarios, la nacionalidad de los autores, los clásicos o los contemporáneos! O la época dorada de los grandes directores, los experimentales, la nouvelle vague, el film noir…

Así que recurriré, pues, a mis afectos más cercanos, a lo obvio y predecible. A alguna sagrada trinidad de usar y tirar, pero escrita con todo el amor que se le da a las cosas revisitadas a lo largo de la vida. Para las joyas ocultas existen otro tipo de listas. La tiranía de la petición impone, y quizás cuele alguna trampa en cada querencia.

3 Discos

Revolver – The Beatles (1966): “El camino obvio de cada lista de este tipo. Pero la razón es sencilla: los Beatles inventaron todo, entre otras cosas, el mejor disco del mundo. Sí, muchos podrían nombrar al Sgt. Pepper?s Lonely Hearts Club Band, Abbey Road o al White Album acá, porque esto es lo que tienen estos cabrones: no crearon el mejor disco del mundo, sino cuatro posibles mejores discos del mundo. Y eso se dice como si na. Pero siento que en Revolver arranca todo. Si en el Sgt. Pepper?s los tipos andaban exhibiendo sus virguerías; es en el otro en donde se ve el eslabón perdido darwinista: el de la banda que ya no sabe si seguir vistiéndose de traje y ser ñoña o transformarse en un pájaro raro bajo una ruptura con impronta. Una pubertad que ya quisieran muchos: con guitarras al revés que suenan como gaviotas (Tomorrow Never Knows), canciones con un cuarteto de cuerdas en sustitución del grupo (Eleanor Rigby) y hasta un tema en donde Ringo toca bien la batería (She Said, She Said). Y esto último todos saben que no era tan común”.

Let It Bleed – The Rolling Stones (1969): “Difícil elección cuando sacaron Beggars Banquet, éste, Sticky Fingers y Exile on Main St. en seguidilla. Todos discos gigantescos como una catedral. Los dos últimos con el sambenito para la crítica de no saber a cuál escoger como el no va más del rock. Let It Bleed tiene algo raro. Quizás porque es transicional, con el guitarrista Brian Jones ahogado e ingresando al club de los 27 años, y una banda con este finado, Ry Cooder y Mick Taylor alternándose el instrumento. No es una placa marcadamente exhibicionista. O eso parece a simple vista (o escucha), porque bien podría encajar en lo que los galleros llaman un gallo tapado. Let It Bleed es un disco genial que juega a ser modesto. Asemeja un delta: cada brazo te lleva a un estilo diferente y a una exigencia poco convencional: desde la trágica Gimme Shelter, el olor a vaca de Country Honk, la armónica perfecta en las progresiones Midnight Rambler, la apoteosis góspel de You Can?t Always Get What You Want o hasta el lamento de Love In Vain. El último, un clásico del blues compuesto por el ínclito Robert Johnson en cuyo fraseo Jagger juega a contener a todo el Misisipi como si hubiera sido otra alma negra ofrecida al diablo”.

El Juicio -Willie Colón (1972): “El caribe reclama y más si nos ponemos eclécticos. Sí, es verdad que hay discazos como Mozambique de Eddie Palmieri, Traigo de todo de Maelo, Concepts in Unity del Grupo Folklórico y Experimental Nuevayorquino o el Agúzate de Richie Ray & Bobby Cruz, entre muchísimos más. Es cierto que buena parte de la raza adora con más locura otras placas de la misma orquesta (casos de Metiendo mano, Siembra o Lo mato constituyen paradigmas). También es exacto decir que el oído crítico nunca consideró a Willie y a su combo como virtuosos a la par de trabucos como los de Tito Puente, Eddie Palmieri o Richie Ray. No obstante, este Colón nos descubrió otra América. Una que olía a callejón de barrio, a pescozón en fiesta, a ron derramado, a malandros en estampida y a cabilla dura. No le fue tan difícil gracias a su inquietud a la hora de incluir géneros e instrumentos dentro de la salsa. Menos aún cuando contó con un cantante como Héctor Lavoe entre sus filas. El hambre y la rabia se juntaron con la intuición. Sobra decir que ese maridaje fue eléctrico. En El juicio Lavoe luce tan inmenso que a la orquesta no le queda otra que acoplarse a la leyenda. Él parece ser el coach vocacional que hace lucir a un equipo modesto hasta llegar a la final del campeonato. Sus himnos se cuentan como goles inspiradísimos: Ah-Ah/O-No, Piraña, Seguiré sin ti, Timbalero, Aguanilé, Soñando despierto y Si la ves”.

3 Películas

Él – Luis Buñuel (1953): “Aunque de Buñuel la gente suele inclinarse más por El ángel exterminador, Los olvidados, Viridiana o El discreto encanto de la burguesía; Él lo tiene todo para defenderse ante cada una de estas cintas. Hay quienes dicen de este director que fue el mejor ejemplo de maestro de cine B. Acá no se queda corto en demostrarlo. Don Luis en los estudios Churubusco hizo películas alimenticias (para ganarse el sustento) y otras de alto vuelo. La que nos ocupa es de las segundas pero con la falsa apariencia de las primeras. En los decorados no hay buen gusto, su equipo técnico fue resultón y a los actores ni les sonaba el método Stanislavski. ¡Pero qué grande fue Arturo de Córdoba haciendo del celópata Francisco Galván de Montemayor! El guion con sus saltos de tiempo fue otra gema que no dejó de alabar la tropa de François Truffaut. De alguna forma siento que la escena del campanario le dio la idea a Hitchcock para luego hacer otro tanto en Vértigo. No dejo de ver esta película y de conseguirle nuevas capas con el paso de los años. ¿Una cebolla hecha cine?”.

Double Indemnity -Billy Wilder (1944): “Wilder es de lo que ya no hay. Para muchos su nombre equivale al de uno de los mejores guionistas y directores de la historia. Quizás en el segundo apartado lo suyo no era la sorpresa estilística. No obstante, su cámara se acomodaba como un guante a lo que la historia pedía para ser entendida. La de Double Indemnity no podía ser mala ocurrencia cuando fue cincelada en colaboración con Raymond Chandler. Sí, era esa época en la que el cine podía darse el lujo de adaptar un libro de Ernest Hemingway, contratar a William Faulkner en el guion y poner detrás de las cámaras a Howard Hawks para hacer un prodigio como To Have and Have Not. Claro que ese mismo año Wilder quiso ir más lejos que sus contemporáneos. En Double Indemnity inauguró el mejor film noir de la historia. La gracia casi le costó lo suyo, al filmar una trama de crímenes e infidelidades en una época un tanto mojigata. Dicen que Barbara Stanwyck se lo pensó dos veces y que Fred MacMurray temió espantar a su público familiar. No obstante, el pulso del metraje casi es un reinterpretación de un Crimen y Castigo de arrabal con Edward G. Robinson como personaje dostoievskiano. Cuando Fernando Trueba ganó el Oscar por Belle Epoque dio unas palabras que no fueron ninguna boutade: ‘Me gustaría creer en Dios para poder agradecérselo, pero yo sólo creo en Billy Wilder. Así que gracias, Señor Wilder?”.

The Royal Tenenbaums – Wes Anderson (2001): “La presente va de cara a los contemporáneos, pues. No sé cuál película he visto más en mi vida, si ésta o The Big Lebowski de los Coen. En una fantaseé con la familia que me hubiese gustado tener y en la otra con el hombre sin compromisos que me hubiese gustado ser (sí, así de raro que es uno). En ambas las dosis de absurdo nunca antes estuvieron tan bien vertidas. Lo de Anderson fue amor a primera vista, y mucho antes de que los hípsters lo hicieran su patrono. Como en los Coen lo de este hombre es un universo propio, sin importar el género por abordar: adultos comportándose como niños, niños como adultos, las composiciones meticulosas de cada cuadro, Gene Hackman regalando un personajazo a punto de despedirse del cine. ¡Y esa música, carajo! Nico, Van Morrison, The Ramones, Nick Drake, Elliot Smith, Hagen Quartet, Paul Simon, The Clash, Block Party, Emitt Rhodes, Mark Mothersbaugh, Bob Dylan y The Mutato Muzika Orchestra sonaron como si siempre hubieran compuesto esas canciones pensando en un loco que las juntara para The Royal Tenenbaums. Y tres notas más, antes de irme por las ramas. 1: La tristeza en la mirada del tenista enamorado de por vida contiene el sentimiento de todos los que alguna vez hemos sido abandonados a nuestra suerte. 2: Dicen que esta cinta estuvo inspirada en la familia Glass que adornó tantas historias de J.D. Salinger. 3: No obstante, en ninguna de sus páginas hubo un funeral tan digno de un patriarca como el de Royal al final de este regalo de Wes Anderson”.

3 Libros

Rojo y Negro – Stendhal (1830): “De Henri Beyle casi nadie habla. Ahora bien, cuando se menciona Stendhal la cosa cambia. Pero no se preocupen: Beyle, quien fue el dueño de este seudónimo, tampoco logró que en vida lo tomaran en cuenta para que se refirieran a él como un gran escritor. Ni a él ni a sus identidades. No obstante, también sabemos que el mundo se equivoca a menudo. El mundo, menos Honoré de Balzac quien, además de escribir clásicos como Papá Goriot, reconoció en Stendhal a un contemporáneo con un talento incontestable. Ya sabemos que el hombre escribió La Cartuja de Parma después de Rojo y Negro y en dos meses. Los estudiosos la sitúan como lo mejor de su producción. No obstante, ese libro no tuvo un personaje como Julien Sorel, aquel ser ambicioso que trama un plan para salir de abajo: hacerse cura, acercarse a la nobleza, beneficiarse a una dama tan respetable como desprevenida, saltar a la milicia y continuar sin tregua en su escalada social. Al igual que hizo Flaubert con Madame Bovary, Stendhal se inspiró en un par de noticias de crímenes pasionales y amores prohibidos para edificar su ficción. Lo otro fue construir personajes, psicologías y un pulso narrativo de esos que te hacen cruzar una calle con el libro abierto. Otra cosa a tomar en cuenta: el amor acá no es algo tierno y bueno. Al contrario, y para homenajear a esos etc. que solía colocar su autor cuando lo desbordaban las imágenes; el amor es punzante, feo, obscuro, necio, insano, atroz, inflamable, bobo, hiriente, etc”.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha – Miguel de Cervantes Saavedra (1605): “A punto estuve de colocar Anna Karénina de León Tolstói, por su historia, por la escena de las vías del tren, por el personaje Levin, por lo bien escrita que está. También casi cometí la imprudencia para no ser tan obvio. Pero ignorar deliberadamente a un libro que ha inspirado a otros clásicos como el Tristram Shandy de Laurence Sterne o Jacques el fatalista de Denis Diderot sería un pecado. Más pecado todavía si oculto la devoción que le profeso. Don Quijote es el libro de libros. Eso parece que lo sabemos todos, pero no es tan cierto. Aún sigue siendo un volumen indigesto para las nuevas generaciones, y una eterna asignatura pendiente para buena parte de los escritores formados en talleres literarios. Estos se sorprenderían de la modernidad habida en esas páginas de 400 años de edad. Cervantes lo hizo todo: una novela que encierra otras historias como si fueran cajas chinas, la autoficción, la crítica a sus contemporáneos y hasta ciertos momentos dignos de un manual de jurisprudencia. Los momentos de error humano la engrandecen, como ese en el que un burro robado reaparece más adelante como por arte de magia. Nunca he sabido si la función de un editor hubiera sido adecuada o no para semejante obra. Esos cuatro siglos a los que hice mención parecen dar alguna respuesta obvia”.

Crónica de una muerte anunciada – Gabriel García Márquez (1981): “Difícil elección entre contemporáneos, si con pensar en J.M. Coetzee, Cormac McCarthy, Jorge Luis Borges o Patricia Highsmith tenemos para rato. También es verdad que mis gustos son más afines a la obra de Mario Vargas Llosa que a la de García Márquez. No obstante, este título me ha producido placeres e intrigas más indelebles que la lectura de Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera. Siento que pasa porque hablamos de un libro redondo y con las páginas justas. En donde García Márquez se rebosa; acá se contiene. No hay una saga familiar o un amor que dure toda una vida, sino un asesinato de un simple mortal. Que en el título ya se diga lo que va a pasar es una genialidad, porque pocos autores hubieran sido capaces de semejante sacrificio espanta lectores. Pero lo que acá de verdad importa es la prosa. Crónica de una muerte anunciada no tiene ni un solo párrafo que no atrape. Hay un pulso de relojería suiza que este gran narrador no consiguió al cien por ciento en otro de sus libros. Si al lector normal lo asedia sin cuartel, al académico o escritor lo obliga a subrayar con explicaciones en los márgenes del texto. Queremos entrar en sus páginas y decirle a Santiago Nasar que lo van a matar. Sabemos que no es posible, pero eso no impide nuestro tonto deseo. Ese tipo de magia pocas veces se dan en lo que leemos; menos aún cuando en la misma lectura atisbamos el olor de una guayaba en ese caribe ardiente de los costeños”.

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