domingo , septiembre 8 2024

Dulce interdependencia

“La vida de cada hombre toca muchas vidas, y cuando uno no está cerca deja un terrible agujero”, son las recordadas palabras que un ángel le dice a George Bailey, protagonista de ¡Qué bello es vivir!, un clásico navideño de todos los tiempos, al menos en muchas televisoras del hemisferio norte. Algunos la podrán tomar como una película sensiblera pero para muchos otros es un ejemplo de cine humanista, que bien vale la pena revisitar en el fin de un año que se ha caracterizado por la intolerancia y la violencia

Por Daniela Speranza

¡Qué bello es vivir! (It?s a wonderful life, 1946) comienza con George Bailey (James Stewart) decidido a suicidarse en Nochebuena mientras sus familiares y amigos, en distintos puntos de la ciudad, rezan por él. Todas estas plegarias provocan que, desde el cielo, le sea asignado un ángel de la guarda, quien tratará de convencerlo de que vivir vale la pena. Pero George no quiere escuchar; dice que le gustaría no haber nacido. Y su deseo le es concedido. George tiene entonces la oportunidad de conocer cómo sería el mundo sin su existencia.

En su juventud, George había tenido sueños de viajar y de “hacer algo grande, importante”, según sus propias palabras. Pero por vueltas del destino, y sobre todo por su buen corazón, quedó anclado en su pueblo natal y encadenado a la pequeña compañía de empréstitos (una suerte de cooperativa de ahorro y crédito) fundada por su padre. Esta empresa familiar, que ha ayudado a muchos vecinos, siempre ha estado en la mira de Henry F. Potter (Lionel Barrymore), un usurero dueño de medio pueblo. En la noche del 24 de diciembre, George está en medio de un desastre financiero de temibles consecuencias para él y otras personas.

Este film desafía al concepto de género. Es drama pero también comedia, romance y fantasía con toques de fábula. Está basado en el relato corto de Philip Van Doren Stern, de 1943, titulado El mayor de los regalos (The Greatest Gift).

Frank Capra, el director, fue una de las figuras más influyentes en el Hollywood de los años 30, década en la que ganó sus tres “Óscar a Mejor Dirección” por films que se han convertido en clásicos: Lo que sucedió aquella noche (1934), El secreto de vivir (1936) y Vive como quieras (1938). Sus comienzos se remontan a la era del cine mudo y su carrera se extendió hasta 1961. También fue documentalista (en particular durante la Segunda Guerra Mundial) y productor.

No hay dudas sobre su maestría como realizador pero sí hay disenso a la hora de interpretar la visión de mundo que se refleja en sus films. Hay quienes se quedan en una representación edulcorada del “sueño americano” y otros logran ver cómo están pintadas las contradicciones y complejidades de la cultura circundante. ¡Qué bello es vivir! no escapa a esta controversia.

Frank Capra afirmó en su autobiografía The Name Above the Title (1971): “Es la mejor película que he hecho nunca. Es más. Me atrevo a decir que es la mejor película de la historia. No la hice para los críticos aburridos ni para los intelectuales pedantes. La hice para la gente sencilla como yo; gente que quizás había perdido a su marido, o a su padre, o a su hijo; gente que estaba a punto de perder la ilusión de soñar, y a la que había que decirle que ningún hombre es un fracasado”.

El film obtuvo un total de seis nominaciones a los premios Óscar, pero solo ganó en una categoría (al logro técnico por el desarrollo de un nuevo método de simulación de caída de nieve en los sets cinematográficos) y no se destacó en la taquilla. Su verdadero éxito se acuñó tiempo después cuando, por un error administrativo en la gestión de derechos de autor, pasó a ser de dominio público durante casi dos décadas, desde mediados de los 70 hasta mediados de los 90. Esto hizo que durante años tuviera su lugar reservado en la grilla de varios canales de televisión en vacaciones navideñas y fuera muy explotado comercialmente en pleno auge de la distribución en VHS y Betamax de los años 80.

En 1993, luego de una sentencia de la Suprema Corte de Estados Unidos, la película pudo ser retirada del dominio público gracias a que la empresa productora mantenía los derechos sobre el cuento en el que está basada y los derechos de explotación de banda sonora. Por lo tanto, a partir de esa fecha sí hay que pagar los derechos de exhibición, pero como ya se ha convertido poco menos que en una tradición muchas televisoras estadounidenses la siguen emitiendo aunque no tanto como antes.

¡Qué bello es vivir! es, por momentos, empalagosa -sin duda-, aunque dicen que en diciembre se permiten todos los excesos. Pero como el film destaca el altruismo y la interdependencia (dependemos recíprocamente los unos de los otros) resulta una inyección de esperanza en estos tiempos tan necesitados de confianza en el género humano. Brindemos porque el próximo año nos crucemos con muchos George Bailey en nuestro camino.

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