jueves , septiembre 19 2024

Fernando Butazzoni, autor de Un lugar lejano

El narrador y guionista uruguayo habla de su experiencia en la soledad de la oficina y en el set de grabación

“Donde uno se aproxime al borde de la nada, va a encontrar algo.” Por Michelle Roche Rodríguez — Fotografía Jorge Pineda

Un lugar lejano, la novela más reciente de Fernando Butazzoni, relata el viaje real e íntimo que hace el fotógrafo Julián Palacios para encontrarse con su propia idea de la muerte, cuando le informan que padece un cáncer irreversible, justo cuando se encuentra en la cumbre de su vida profesional.

El resto es un viaje onírico hasta la Patagonia, en busca de la foto perfecta en un sitio llamado Manchuria, que -sorpresa- queda en el centro de su alma.

La historia ha sido también adaptada al celuloide por el cineasta venezolano de origen uruguayo José Rafael Novoa, según un guión del propio Butazzoni.

Fernando Butazzoni es narrador, guionista y cuentista. Su primera novela data de 1986 y se titula El tigre y la nieve. Luego conoció al director José Rafael Novoa, quien le contactó para comprarle los derechos de esa historia sobre los desaparecidos durante la Guerra Sucia Argentina. Pero Butazzoni se negó.

“No me gusta entregar la historia para que el director haga lo que quiera; me gusta meter la mano en el guión”, señala Butazzoni, quien más tarde aceptaría trabajar en el guión con Novoa. Al final se hicieron amigos, pues Novoa, como Butazzoni, nació en Montevideo.

“De hecho, la idea de hacer una película de Un lugar lejano salió de su lectura del cuento. Él se fascinó de una manera inmediata con la historia”, dice el escritor.

“Un director de cine tiene que tener muy metido adentro el sentido colectivo del trabajo y un escritor trabaja solo. Para mí fue una gran escuela esta película porque me enseñó a trabajar de otra manera. En el trabajo para filme hay un montón de reglas que, de repente, no tienen que ver con la creación, sino con el trabajo comunitario”, explica Butazzoni.

Además, el autor cuenta con otras novelas, entre ellas La danza de los perdidos (1988), La noche en que Gardel lloró en mi alcoba (1996) y Príncipe de la muerte (1997). Su publicación más reciente, El profeta imperfecto, quedó entre los finalistas del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2009.

Mientras Un lugar lejano le da la vuelta al mundo en su versión fílmica, Butazzoni se prepara para terminar una novela ?cuyo nombre no quiere revelar? sobre un señor ya mayor que es físicamente similar al papa Benedicto XVII y la forma irreal en la que él cultiva tal similitud.

Como la historia del fotógrafo Julián Palacios comienza en el momento en el que sabe que su vida tendrá un final, lo justo es que la conversación comience por allí:

—¿ La anécdota que recrea Un lugar lejano está inspirado en una historia íntima?

—Sí y no: Está escrita a partir de un episodio familiar que nos hizo vivir toda esa peripecia del diagnóstico, la enfermedad, la angustia por el futuro y la irreversibilidad del final. Descubrí que la realidad no solamente es lo que uno puede percibir cuando alguien está enfermo.

—¿Qué hay debajo de lo visible?

—Cuando uno tiene a alguien que se está muriendo al lado, se da cuenta que la nada es lo único que no existe y que donde uno se aproxima al borde de la nada va a encontrar algo. Como dice el libro: “En medio de la nada, siempre hay algo”.

Hay un mundo al cual estamos socialmente acostumbrados. La sociedad nos dice que un pan es un pan, que el agua moja, pero hay una realidad más allá de eso, una que habita en los pliegos de la vida y que está vinculada a lo espiritual. Eso yo traté de transmitirlo porque me parecía importante, porque eso genera, en el fondo, una gran esperanza.

—¿Entender lo que hay “debajo de lo visible” le permitió hacer las paces con el padecimiento de su ser querido?

—El trabajo literario me ayudó a entender lo que ya había pasado. En realidad, lo que yo hice fue una especie de terapia disfrazada de literatura. Después de la muerte de mi ser querido, yo escribí un cuento titulado Un lugar lejano. El relato luego se convirtió en el guión de la película y la novela la trabajé en paralelo con la película. A medida que se iba avanzando en el trayecto de la película yo iba escribiendo la novela, en la que yo iba sintiendo la necesidad de meterme más en la historia, como una verdad dentro de otra.

—¿“Una verdad dentro de otra”? Se me parece un poco a la imagen de la matriushka —muñeca rusa que contiene una figura, que a su vez contiene otra, hasta que queda una figura mínima-.

—Sí, una verdad dentro de otra, encontrar siempre algo distinto dentro (o detrás) de lo que vemos.

—Julián Palacios, por lo que puede leerse en el libro, no está muy comprometido con el dinero. Entonces, ¿por qué el hincapié en la opulencia del protagonista?

—No con el dinero, pero sí con su trabajo. Julián es un fotógrafo, uno exitoso y respetable. No le interesa el dinero ni tiene una posición política clara, pero vive dentro de la idea de que el fotógrafo es un artista que es respetado. Con su enfermedad descubre que sólo puede ser algo en función de ser un humano, así haga tal o cual cosa.

—¿No son así todos los artistas?

—Esta es una profunda impureza que nos dejó la cultura del siglo XX en Occidente. Tú tienes que entender que no eres un médico, un ingeniero o un general: tú eres un ser humano que hace cosas, que se define por la medicina o por otra cosa, pero tú no eres tu profesión. Julián es un poco esclavo de saberse considerado artista y la enfermedad le descubre que no es más que un simple ser humano que puede morir.

—Es interesante esta idea de la hipócrita opulencia del éxito y la simple verdad de la carencia.

—Julián lo dice: “Uno se va liviano”, es decir: venimos sin nada y nos vamos sin nada. Las sociedades están demasiado vinculadas con lo material (las posesiones, los bienes y con el consumo); si fuéramos un poco más espirituales seríamos menos esclavos de nuestra materialidad. Cuanto menos cosas uno tiene más libre es. Julián Palacios no se entiende a sí mismo como un ser humano que ama y que vive. No, él es un fotógrafo; sólo cuando él se va a sacar su foto y a buscar Manchuria, se convierte en un ser humano que descubre que no necesita su celular, su cámara de fotos ni el dinero.

—¿Tú te defines como escritor?

—(Sonríe y contesta): No. Yo soy un ser humano. No puedes cortar una cosa de otra. Yo soy muchas cosas: escritor, periodista, padre, me gusta el cine, la pintura, la música, si tuviera talento musical tocaría un instrumento.

—Pero ser artista y, en tu caso, escritor, es una manera de ver la vida que lo atraviesa todo, ¿verdad?

—Sí, pero no puedes esclavizarte con eso ni dejar que la mirada de escritor, o de fotógrafo, termine imponiéndote sus propias reglas. Las grandes carencias que tenemos los seres humanos son las posesiones y aquí no me refiero a las propiedades, me refiero también al amor a la costumbre, la rutina, la seguridad, el conservadurismo y el consumismo, es decir, los puntos de referencia que tenemos como parte de una sociedad moderna.

 

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