lunes , septiembre 16 2024

Garantizan un pescado fresquecito

La familia González recibe el pescado en playa La Caranta, ubicada en la Isla de Margarita. La faena arranca antes que sale el sol y depende de la organización y de lo que ofrece el mar día tras día

Textos y fotos: Vanessa Rolfini

La comercialización del pescado es feroz, no hay espacios para la duda, eso obliga a jugar en equipo, a protegerse. En ocasiones, el negocio se inicia en alta mar, otras en el momento en que el peñero toca la orilla, pero la mayoría de las veces se fundamenta en la confianza y en la relación tejida como una red, entre pescadores y los centros de recepción del pescado, que los hay de todos los tamaños y naturaleza, desde grandes empresas, cooperativas, caveros hasta centros de acopio de propiedad familiar.

En la Isla de Margarita, son comunes los centros de acopio, unos más grandes que otros, pero todos tienen en común que la faena comienza mucho antes que salga el sol. En la playa la Caranta, muy cerca de Pampatar, una casa de paredes rosadas y piedra, techo de madera y amplia terraza que da hacia la playa, se asienta la familia González, la mejor pista de su ubicación son los peñeros anclados casi en frente y un par de cavas en el garaje, llenas de hielo esperando la pesca del día.

Allí participan todos, el jefe familiar es Francisco, conocido por todos como “Chico”. Un hombre corpulento, que a diferencia de los orientales se las piensa al hablar, es muy amable, pero él y su esposa Petronila, son “los duros” del negocio, tal como los califica Mauricio Della Porta del restaurant Mondeque.

Luego integran esta inmensa red familiar, tres de sus cuatros hijos y de ahí en adelante la lista es casi interminable, integrada por hermanos, tíos, sobrinos, nueras y hasta nietos, ubicados detrás de los volantes de las cavas, dirigiendo el timón de los peñeros para contactar pescadores antes que toquen tierra insular si es necesario, recibiendo, pesando y limpiando el pescado, hasta una que otra pescadería en el mercado.

Mil y un peces

“Aquí llega y compramos de todo. Garantizamos que recibimos lo del día, fresquecito”, afirma Franco, uno de los hijos de Chico, quien junto a su esposa Carla Jiménez, están sentados calculadora y balanza en mano para recibir lo que llega a partir de las siete de la mañana.

Cuando dicen “de todo” de verdad es referido a la diversidad que ofrece el mar del oriente del país, haciendo de Margarita una de las islas del Caribe más famosa por su alta población de pescadores y alta ingesta de productos marinos. En una mañana los González reciben, según la temporada, atún, jurel, catalana, cazón, coro-coro, pargo, parguito, albacora, carite, caballa, raya, sardinas, pulpo, gallineta, bacayao, doncellas, pez rata, dorado, tajalí, anchoas, cotorras, dorminilonas, entre muchos otros.

Pero más de dos décadas han transcurrido, desde los tiempos en que Chico González recorría Margarita buscando pescado. “Iba a Coche, Porlamar, a los Cocos, a toda la isla. Empecé con una camioneta y cuarenta mil bolívares, a los seis meses me compré un camión que al poco tiempo me robaron. Así que me tocó comenzar desde cero, hasta que pude comprar otra cava”, cuenta, mientras está pendiente del pescado que llega. “Ya estoy acostumbrado, cuando era muchacho me gustaba pescar, siempre he trabajado en esto”.

“Aquí llegan los pescadores, les ofrecemos un buen precio, la mayoría ya son amigos, saben que somos gente seria y les damos un precio justo. Muchas veces los ayudamos cuando tienen un problema o una emergencia. Todos nos necesitamos”, afirma Chico. La recepción del pescado comienza temprano, pero ya en la madrugada saben lo que viene en camino, en un intrincando juego de negociación de precios que a esas horas comienza vía radio y telefónicamente.

Negocio en la orilla

Los pescadores al llegar a la orilla, en grandes cestas plásticas bajan el pescado de los peñeros, los lavan con agua de mar, y los llevan hasta la terraza de los González. Todos se conocen, se saludan por su nombre, antes de negociar se preguntan por la familia, hablan de repuestos de motores o de cualquier eventualidad en el mar. Luego los pescados se pesan, cobran lo del día y se van.

En ese momento comienza la segunda parte del proceso, donde se organiza los pescados en cestas, se cubren de hielo y colocan en las cavas que lo llevarán a su destino, en la propia isla y en tierra firme.

Como es de esperarse el lugar huele a mar, es limpio, fresco, iluminado, con la energía liviana de los orientales. Es un trabajo de 24 horas, un negocio de escasos feriados, sujetos a las restricciones gubernamentales y a lo que ofrezca el mar.

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