domingo , septiembre 8 2024

Harry Nilsson: Crepúsculo de los Dioses

Por Daniel Centeno M.

Hay doces de marzo que pueden estar o no relacionados. El de 1974 quizás parezca un poco aburrido. Boca Jr. goleó a River Plate, 4 a 0, en el estadio la Bombonera de la capital argentina. Carlos Andrés Pérez inauguró sus días de presidente en la antigua República de Venezuela. El sencillo del grupo Queen, Seven Seas of Rhye, debutó en el puesto 30 de las listas de Gran Bretaña. Y, claro, también está el incidente del bar Troubadour de Los Angeles.

¿Pero qué era el Troubadour para que aparezca acá? Bueno, por mucho tiempo fue el sitio. Allí arrancaron Elton John, The Byrds, Eagles, Joni Mitchell, David Crosby y Miles Davis. Pero el 12 de marzo de 1974 quienes tocaban tampoco eran las grandes estrellas del siglo: los Smothers Brothers. Eso lo debieron pensar unos tipos que no dejaron de joder desde que el dúo comenzó su actuación. Se trataba de un trío extraño que no cesó de pedir tragos de Brandy Alexander, de cantar a todo pulmón los temas con obscenidades en las letras y de darles cucharazos a los vasos como si fueran instrumentos de percusión.

Aquí pasó lo que tenía que pasar: La gente pidió que se callaran. No lo hicieron. Se acercó el representante de los músicos para poner fin al relajo. Tampoco lo logró. Por el contrario, hubo trompadas y un vaso volador lanzado por uno de los impertinentes. El objeto le pegó en la boca a una persona del público que casi perdió los dientes. Al final tuvo que llegar el dueño del local y el personal de seguridad para reducir a los alborotadores. La única mujer del trío, una japonesa emparejada con el envalentonado de la pandilla, huyó sin pensarlo dos veces. Éste golpeó a varios fotógrafos y curiosos mientras lo forzaron a irse con su compinche. En la calle, después de haber sido echado a patadas, no dejó de gritar: “¡sí, soy John Lennon!”

Para quienes se acaban de enterar de esta efeméride lo primero que llama la atención es el hecho en sí. Vencido el momento raro viene otra extrañeza en la piel de una pregunta retórica: ¿pero éste no es el mismo John Lennon de la época de la paz y el amor? Y puestos a jugar en un tercer nivel de inquisiciones ociosas: ¿quién era el otro maromo de la historia? Sí, el tipo rubio y barbudo, el de ojos vidriosos, quien luego dijo sobre la experiencia: “Aquel incidente arruinó mi reputación durante una década. Esas son las consecuencias de emborrachar a un Beatle”.

Para llegar a un tipo de respuesta hay que ir un poquito más atrás: al año 1968. Lennon y McCartney realizaban su conferencia de prensa norteamericana para anunciar la creación del sello Apple. Las cosas se desarrollaban de la manera esperada. Un periodista hizo lo que suele suceder en estos casos: les preguntó por su grupo estadounidense preferido. McCartney ni lo dudó, cogió el micrófono y dio el nombre de un mortal: Harry Nilsson.

“¿Y quién puñetas es ese Harry Nilsson?”, se preguntaría el grueso de la gente. La investigación enredaba más la bola de estambre: el tipo era un cantautor que nunca había tocado en vivo y de perfil, más bien, bajo. Así que era obligada hacer la investigación exhaustiva hasta dar con la fulana relación con los Beatles.

Y aquí viene el resultado detectivesco: Harry Nilsson, Harry Nilsson Edward III nació en junio de 1941 en Brooklyn. Fue abandonado por su padre a los tres años con el resto de sus hermanos. Vivió la trashumancia típica de estos casos. Hijo de una madre pobre y alcohólica, en su trajinar cundieron los padrastros y hermanastros. A los quince años de edad; la huída. En este caso a Los Ángeles. Joven y resabiado trabajó como vendedor de dulces en un teatro y después como cajero de banco. Para entonces ya sabía tocar guitarra y piano. Y tenía otra cosa potente: tres octavas y media de voz que parecían de mentira. Por eso fue que lo ficharon en los estudios RCA en cuanto se apareció con sus cuerdas (vocales y del instrumento, claro está). Pura historia de superación al estilo Og Mandino.

Está bien, lo de Mandino no es del todo exacto. Así que habrá que apegarse más a la canalla realidad: Nilsson grabó el disco Pandemonium Shadow Show (1967) y metió dos canciones de la dupla Lennon/McCartney: She´s Leaving Home y You Can´t Do That. La primera la grabó diez días después que los Beatles y la segunda fue toda una proeza: en menos de dos minutos y medio encajó más de 20 canciones de los de Liverpool con algunos arreglos de la factoría Apple. Y, bueno, aquí termina la labor detectivesca para buscar la relación (con la promesa de volver a lo de Mandino más adelante), pero dejemos que una cita real del ogro diga lo que sucedió a los pocos días de su debut discográfico: “Una mañana me despertó de madrugada una llamada desde Inglaterra, y la voz del otro lado del teléfono era la de Lennon. Al día siguiente el llamado fue de Paul McCartney. Al otro día me desperté temprano esperando la llamada de Ringo. Pero nunca llegó”.

Y después todo encaja: el tema de la amistad con los Beatles y la felicidad de parte y parte. Nilsson contó con la bendición de ser amado por los dioses de la música y la historia demostró que eso se paga carísimo. En el caso de él fue el olvido y en otros fue eso más una dura muerte. Pero mejor sigamos con la parte de las risas y plenitudes.

Harry fue amado por todos. La gente lo quiso y no paró de hablar de él. No había quien no lo buscara, porque Nilsson era buena gente, amigo para lo que fuera y compañero de barrancos empinados. Además, caía bien y tenía un chorro de talento. Ganó un par de Grammy con los clásicos Everybody´s talkin (incluida en la cinta Midnight Cowboy) y Without you; colaboró en la película Skidoo de Otto Preminger; el público moría por su canción hecha para la serie de dibujos animados The Point; compuso temas para Phil Spector y The Monkees; su disco Nilsson Schmilsson (1971) llegó al número uno, fue actor y autor de la banda sonora del filme Son of Drácula (1974) junto a Ringo Starr; cantó con Lennon la pieza Old Dirt Road del disco Walls and Bridges de éste último; Lennon (sí, otra vez) le produjo y colaboró en su álbum Pussy Cats, y aquí se dio cita todo animal de uña para aportarle algo a Nilsson: Ringo Starr, George Harrison, Peter Frampton, Klaus Voorman, Ray Cooper, Jim Price, Bobby Keys, Nicky Hopkins, Gary Wright y Jim Gordon. Esa fue la placa que tuvo la única composición Lennon/Nilsson que se conozca, Mucho Mungo/Mount Elga. También es la de la gran leyenda: 16 días después de lo del Troubadour, Paul y Linda McCartney entraron a los Burbank Studios de Los Angeles para ver si era tan cierto el relajo que había en la grabación de Pussy Cats. Fueron recibidos con alfombra roja en un día feliz. Hubo colegueo y hasta una improvisación musical con Stevie Wonder que nunca fue grabada. Al día siguiente una persona los escuchó, borrachos por el recuerdo. He aquí la curiosa conversación:

Lennon: Sería divertido reunir de nuevo a los muchachos [The Beatles], ¿no?

Nilsson: ¡Desde luego! Y me encantaría estar ahí con ustedes.

Lennon: ¡Sí! Podríamos montar algo en otoño.

Al poco tiempo Lennon volvió con Yoko y la historia ya es bastante conocida…

Pero hay que volver a Nilsson. A la mitad de Mr. Hyde de Nilsson. A la que contradice a Og Mandino.

Breve resumen de la parte negra de Nilsson (y así se cumple la promesa de hace un rato): el enésimo quinto Beatle rompió de manera irreversible una de sus cuerdas vocales en las sesiones de Pussy Cats. La historia registra que Harry le ocultó el hecho a Lennon para no aguarle la fiesta. En el disco se nota cómo su voz se va poniendo áspera de canción en canción. Fuera del álbum el relato es otro: Nilsson se quedó sin habla y la placa debió culminarse a falta de cantante. Quizás éste fue el comienzo de todo, porque de repente las cosas se sucedieron en reveses. El amuleto empezó a dar mala suerte, el rey Midas tornó en mierda todo el oro que tocaba. Ejemplos: Lennon se reconcilió con su novia y dejó de salir con él. A los pocos años un perturbado le vació una pistola encima al hombre Imagine. En el pisito londinense de Nilsson, uno de pura alegría en donde peregrinaban sus amigos bohemios, cayó fulminado de un ataque al corazón el cantante Cass Elliot, de Mamas & The Papas, y cuatro años después le pasó lo mismo al baterista de The Who, Keith Moon, por una sobredosis capaz de matar a una manada de elefantes. Su contribución musical para la película Popeye fue tan anecdótica para el mundo como ese título en la filmografía de Robert Altman. En el estudio ya era imposible trabajar con alguien tan terco e impulsivo. En 1980 lanzó su último disco con la voz arañada. Y luego todo pareció volverse bruma.

Nilsson, el genio del pop había dejado de existir para la humanidad entera. El mundo comenzó a tener fragmentos sobre él, como si se tratara de una imagen pretérita y confusa de un día de resaca. Sus arreglos de cuerdas, la voz prodigiosa, esas enormes composiciones que tanto embelesaron a los Beatles eran producto de un breve sueño. Sólo los entendidos sabían algunas cosas que era mejor callar. Por ejemplo, que Nilsson iba a aparecer como una nota marginal en esos libros para la posteridad y bajo el triste ejemplo de un two hit wonder. Para colmo lo haría sin ninguna de sus propias creaciones, sino con sendas versiones malditas de compositores tan olvidados como él: Everybody´s talkin y Without you. Una del músico de folk Fred Neil y la otra necesita su explicación aparte: la canción, que le gritaba a su amante lo imposible que era vivir sin ella, fue escrita por Pete Ham y Tom Evans, dos músicos que terminaron suicidándose y cerebros del grupo Badfinger, a la postre otras de esas promesas protegidas por los Beatles con el elemento de la dura muerte que también se refirió antes…

Y Nilsson acabó mal. No en suicidio. Él no era de los de ese tipo. Más bien encajaba con el hombre común que no supo cómo llevarse con el éxito. Pero acabó mal. Diabético, sobreviviente de un infarto, sin un céntimo, con varios divorcios y con una mujer y seis hijos a los que le estaba legando deudas y cataclismos. En 1993 la suerte pareció firmar una amnistía con él: Harry le pidió a RCA que relanzara su carrera con una caja de grandes éxitos, Personal Best. La negociación fue fructífera, y Nilsson terminó de grabar lo que le quedaba de voz el 15 de enero de 1994. Se acostó a dormir, feliz y con una sonrisa, pensando que todo estaba saliendo bien. Y así mismo, con sus buenos presagios, una insuficiencia cardíaca lo sorprendió.

El día de su entierro, en el Valley Oak Memorial Park de Los Angeles, reaparecieron todos sus amigos de la nobleza musical. Si la otra vida existe, no es de extrañar de que Harry los viera a todos y quisiera hacerles pasar un susto. Y así fue: súbitamente, un terremoto sacudió la tierra y el ataúd a punto estuvo de caerse. George Harrison, tan espiritual y Hare Krishna como era, notó la jugarreta. Por eso se cuadró en pleno temblor y cantó unas líneas del You´re Breaking My Heart de su finado amigo: “You?re breaking my heart, you?re tearing it apart, so fuck you” (“me estás rompiendo el corazón, haciéndolo trizas, que te jodan, pues”). El resto de los presentes se sumó al himno, entre risas. Nilsson, desde el infierno acusó el homenaje, sonrió y la tierra volvió a la calma.

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