viernes , septiembre 20 2024

Lecciones más que aprendidas

Por Daniel Centeno M.

La historia es de las que quitan el hipo: una joven, desesperada, huye de un compromiso y en cuanto emprende su fuga, una camioneta impacta con su carro. En medio de los títulos de crédito la vemos sufriendo el choque dentro de su vehículo. Luego despertará en una especie de refugio nuclear ante la mirada de un señor obeso y un joven campesino. El primero la mantiene en cautiverio aduciendo una invasión extraterrestre en la tierra; el chaval es un creyente de esa teoría. El resto de la trama evade el síndrome de Estocolmo, y se centra en las maneras que busca esta chica incrédula para salir de esa cárcel subterránea. El thriller no puede ser más claustrofóbico.

Hay otro relato más conocido: el de King Kong. Quizás no existe una historia más emparentada con el cine. Ya se sabe… el enorme simio que sacan de una isla, lo presentan como atracción de feria, se enamora de una doncella y trepa todo el Empire State de Nueva York espantando aviones como si fueran mosquitos. Imagínese el comienzo de la historia ahora en plena Guerra Mundial, con un par de aeroplanos enemigos cayendo en una isla del pacífico sur. El plano muestra el círculo solar y una figura humana dando vueltas a favor de la gravedad. En tierra debe enfrentarse con su némesis japonés. Se disparan, persiguen, y agreden con una espada hasta que una mano gigantesca entra en medio de la gresca. Del ojo de unos soldados se ve el terror, y la cámara se para en el círculo de la pupila en plan eterno retorno.

Ambas historias pertenecen a tramas ya conocidas. Las dos beben de fuentes parecidas. Sobra agregar que este par demuestra amor por el cine de aventuras, por referencias cinéfilas en cada cuadro y por la pasión de contar lo mismo de siempre pero de forma diferente. ¿Otro parecido razonable? Los dos directores son mozalbetes nacidos en los 80?s y casi primerizos en sus labores fílmicas. Mientras Dan Trachtenberg (1981) deslumbró con su ópera prima 10 Cloverfield Lane; Jordan Vogt-Roberts (1985) no sólo ambientó su King Kong (Kong: Skull Island) en pleno cese de la guerra de Vietnam sino que se dio el lujo de no poner al simio en la copa del Empire State, para demostrar que cuando se sabe contar una historia no hace falta recurrir a las escenas icónicas.

Hay una cháchara recurrente al momento de hacer mención al inicio de la saga de Star Wars. George Lucas se la aventó con menos de 34 años, lleno del amor que sentía por las películas de Buck Rogers, y sin esperar otra cosa a cambio que el permiso para hacer su cinta sobre caballeros jedis. El resto es conocido. Con él comenzaron los blockbusters, y luego sería Spielberg quien lo secundaría con Tiburón y todos los Indiana Jones que parieron entre ambas cabezas. Otra vez la respuesta fue idéntica: “no estamos inventando nada, sino que reinterpretamos el cine de aventuras que tanto nos gustó pero con más dinero y adelantos técnicos”.

Desde entonces hay una corriente que añora el surgimiento de cineastas de este tipo de casta. Lo que parece es que sus teóricos no saben sobre la hornada de jóvenes directores que llevan rato reinterpretando lo aprendido hasta el punto de rozar o mejorar lo presente. La lista es más larga de lo que se espera: Gareth Edwards logró hacer la Star Wars más bélica en Rogue One; Ryan Coogler demostró en Creed que todavía se puede creer en Stallone; James Gunn dio el do de pecho en Guardianes de la Galaxia y Colin Trevorrow emprendió Jurassic World con el permiso del mismísimo Spielberg.

El mundo parece estar cambiando para bien. Damien Chazelle hace nada se ha convertido en el director más joven en ganar un Oscar, y todo presagia ese buen rollo que daba ir a ver una película comercial sin complejos. Si se permite la exageración, hasta podría decirse que de alguna forma todos estos jóvenes han demostrado que Tarantino no está sólo en el mundo de las referencias al spaguetti western, al apocalipsis de Coppola, a la hibridación de sus propuestas o a los guiños que van desde el cine nipón hasta los íconos más reconocibles de los baby boomers.

En el cine, por lo menos, ya existe una generación que dejó de ser boba.

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