martes , septiembre 17 2024

Puntos de puntos

¿Cuántos manuales acerca de “cómo entender de vino” o “aprenda a catar en 10 pasos” se editarán cada año en el mundo? Seguramente, muchísimos. Y es que no falla: en cuanto un tema se pone de moda, proliferan los expertos que consideran su obligación poner sus conocimientos por escrito con el propósito de ganar prestigio.

Y así se reproducen los libros en los que se pretende explicar al público todos los misterios del vino. Hay que decir que, en general, se venden, porque el tema interesa; es más, tengo varios y seguiré comprando. También hay que decir que entender de vinos lo suficiente como para disfrutarlos con conocimiento de causa es una cosa que no tiene demasiadas complicaciones y que sólo requiere un poco de atención.

Por supuesto, lo que hay que borrar es esa imagen cinematográfica del ciudadano al que le ponen delante una copa de vino y, muy serio, la mira, la huele, prueba el vino, se pone más serio todavía y afirma: “Château Margaux de 1985”. Eso, en las películas y en la TV, queda muy bien, pero es muy irreal. Podrás identificar regiones, variedades, incluso en algunos casos añadas y, con práctica, hasta varios vinos por haberlos consumido con regularidad. La gracia no está en adivinar, sino en disfrutar.

No hay más que una manera de saber de vino, que es bebiendo o degustar muchos vinos. Ojo con el plural: no es lo mismo “muchos vinos” que “mucho vino”. Bebiendo, decimos, muchos vinos… y fijándose un poquito.

Lo primero que debe hacer ante un vino, una vez que lo ha mirado, lo ha olido y lo ha bebido, es decidir si le gusta o no le gusta. Tan sencillo como eso. En cualquiera de los dos casos, lo que tiene que tener claro es por qué le gustó o por qué no le gustó… y acordarse. Si le gustó, le interesará saber qué es lo que ha bebido, se preocupará por conocer la procedencia del vino, su edad y las variedades de uva con las que está elaborado, de modo que si vuelve a encontrarse con estas características, pueda reconocerlas. Es más fácil de lo que parece.

El propósito de “catar” un vino es simplemente diferenciar las cualidades que identifican a cada uno, para saber qué vino nos gusta, con qué comerlo y disfrutarlo aún más. Hay que estar claros en que lo ideal es tomar lo que nos gusta, pero siempre probando cosas nuevas. De esta forma, nuestro criterio será el que decida en tan extensos anaqueles y no la promotora de turno o la promoción 2X1.

Poco a poco, vino a vino, irá recordando las características de las variedades. No se abrume: tampoco es que haya tantas. Mejor dicho, de haberlas las hay, pero la mayor parte de los vinos del mundo se elabora con un pequeño número de variedades de uva. Si es capaz de identificar y recordar la cabernet-sauvignon, la merlot, la malbec, la pinot noir y la chardonnay, ya tiene bastante para quedar como un sabio ante sus amigos.

Después de cierta práctica, verá cómo el aspecto del vino le contará cosas acerca de su edad; cómo su nariz le hablará acerca de su origen y sus procesos productivos y cómo, cuando lo tenga en su boca, descubrirá cosas de su tierra. No tiene más que dejar hablar al vino y “traducir” su lenguaje al de los humanos. Quedará como un auténtico experto y, lo más importante, lo será.

No arruine ese prestigio, una vez conseguido, jugando a las adivinanzas. Tampoco se dedique a puntuar vinos; todavía no me ha explicado nadie, ni siquiera los “gurús” del vino, qué matices hacen que un vino merezca 94 puntos y otro 93, y menos hoy en día que el mercadeo de un vino, por el simple hecho de pautar en una guía, goza de mayor puntuación. Miren ustedes: el vino está hecho para disfrutarlo y, fundamentalmente, para beberlo; sobre todo para beberlo mientras comemos. Merece ser comentado, más que nada si es para bien, pero no vale la pena someterlo a un examen para ponerle nota.

Nosotros, a lo nuestro: ante un buen vino… disfrutemos. Lo demás déjenselo a los entendidos pretenciosos.

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