jueves , septiembre 19 2024

Santa Marta, para enamorarse

Texto y fotos: Carlos “Caque” Armas – @Caquetorta — Enviado a Santa Marta

Algo pasa en Santa Marta. Algo que no había ocurrido en sus 486 años de historia. Además de la humedad, en el aire se respira una efervescencia que está arrancando sonrisas al samario. Unos lo llaman progreso; otros, crecimiento, pero lo que en realidad está recibiendo esta hermosa ciudad del caribe colombiano es atención.

Hace poco, las playas de la región aparecieron en una prestigiosa lista, como unas de las mejores del mundo. Desde entonces, varios de sus sitios y personajes han sido nombrados, con cada vez más frecuencia, entre los nuevos tesoros sin explotar de Colombia. Lo que esta nueva ola de publicidad ha traído consigo es obvio. Ha crecido el comercio y la actividad turística a pasos de un gigante recién nacido

Y apenas es el comienzo. Nuevos complejos hoteleros están en planificación. Se avecina una avalancha de inversión, nacional y extranjera, que pronto puede colocar a la ciudad entre las primeras atracciones turísticas de su país y, tal vez, del continente. Por eso, en este preciso momento, amigo viajero, usted es el ser más querido, deseado y necesitado de Santa Marta. El lema de la ciudad es: “La magia de tenerlo todo” y, la verdad, no hay ni una pizca de mentira en él.

Para empezar, es cerca. Tan cerca, que difícilmente note una diferencia de acentos entre el samario y el venezolano. Si viaja en avión desde Caracas, tendrá que hacer una escala en la ciudad de Bogotá (excusa perfecta para pasear por esta deliciosa capital si cuenta con algo de tiempo), pero para fortuna del zuliano, también puede llegarse en carro. Santa Marta está a tan sólo cuatro horas de carretera desde la península de la Guajira, una opción para aventureros que además puede permitirle conocer otras dos perlas del eje costero colombiano: Barranquilla y Cartagena de Indias.

La segunda buena noticia es que aún las casas de cambio de Santa Marta aceptan bolívares. Además, es una ciudad barata para el bolsillo venezolano. Los rangos de costo de los paseos, hospedajes y comidas son muy amplios y, muchos de ellos, bastante razonables. Si sabe administrarse, podrá dar rienda suelta a sus impulsos consumistas más primitivos en los mercados de artesanías, o en cualquiera de los dos nuevos centros comerciales que se han construido recientemente.

De todo, para todos

Aunque Santa Marta es la ciudad más antigua de América, apenas comenzó a crecer turísticamente durante la dictadura militar de los años cincuenta, cuando se ordenó la construcción de El Rodadero, un paseo a lo largo de la bahía que hoy concentra la mayor parte de la oferta hotelera y habitacional de la ciudad. Allí se encuentra el titánico hotel Tamacá, que hoy sigue en pie como el de mayor tradición de la ciudad. Por supuesto, ya no es el único.

Un paseo por el complejo turístico “Pozos Colorados” revelará una cantidad importante de resorts y hoteles de lujo. Sobresale el Irotama, que cuenta con todas las comodidades para el que busca relajarse. Punto a favor merecen sus suites con piscinas aéreas. Si no tiene cuidado, usted correrá el peligro de no querer salir de su habitación durante su estadía y perderse de las muchas otras maravillas que este destino tiene para ofrecerle.

Pero si algo tiene la oferta hotelera de Santa Marta es su diversidad. Allí hay de todo. Desde posadas aptas para bolsillos de poca profundidad, hasta hoteles temáticos, como el Santorini, que recrea la estética mediterránea en pleno Caribe. El Farol, ubicado en pleno centro, decora cada una de sus seis exclusivas habitaciones con motivos propios de otras ciudades del mundo.

Decir “Paraíso” es quedarse corto

Como cuando llegas a un sitio y dices: “esto es un paraíso”. Esa es la sensación cuando te das cuenta que la ciudad está en las faldas del macizo montañoso con nieves perpetuas más cercano al mar en el mundo. La Sierra Nevada de Santa Marta está a tan sólo 40 kilómetros de la orilla, cosa que le regala al samario varias cosas para presumir. Primero, la poca salinidad ambiental. La brisa que baja de la sierra nevada le regala un frescor y un verdor a Santa Marta, únicos en el Caribe y, a diferencia de otras ciudades costeras, aquí sus equipos no se oxidarán por el salitre.

Su ubicación la hace zona libre de huracanes. Por eso, la Bahía Internacional de Santa Marta le saca provecho a sus aguas ideales para yates y veleros. En tercer lugar, el samario presume de la forma en que los picos nevados hacen que Santa Marta goce de todos los pisos térmicos. Esto se refleja en su rica biodiversidad, sobre todo, la que se percibe en el parque nacional Tayrona, la joya que corona este destino y que engrosa la lista de los patrimonios nacionales, según la Unesco.

Sus 11 bahías albergan 68 playas cristalinas de arenas blancas, a la que usted puede llegar de dos formas. La primera de ellas, la más cómoda, es en lancha. La segunda, la que disfruté y recomiendo sólo a espíritus aventureros y hippies, es a través de su entrada principal, a 30 minutos de carretera, desde el centro de Santa Marta.

Allí, la selva tupida lo invita a cruzar sus senderos repletos de aves, monos e insectos (el repelente es esencial). Luego de dos horas de caminata, las cálidas aguas serán su recompensa, además de un pescadito frito con arroz al coco o algún otro manjar de la región.

Enmarcado en su rica vegetación, el parque nacional Tayrona cuenta también con un museo arqueológico, alojamiento y zonas para acampar, incluso pueden hacerse paseos a caballo por los senderos de su selva tropical. Decir que es un territorio 100% virgen, sería mentir, pero si algo se le parece, es esto. En las entrañas del parque, a varios días de caminata, se encuentra la Ciudad Perdida, un antiguo asentamiento indígena descubierto a finales de los años 70, que guarda importantes vestigios de los indígenas Tayrona.

Si quiere tener este tipo de experiencia y ahorrarse tan larga caminata, Taironaka es el lugar perfecto. Su bandera es el turismo ecológico y arqueológico. Además de dormir en un campamento enclavado al pie de la sierra nevada y junto al mismo río donde se rodó la película La Misión, usted podrá caminar por los restos de una ciudad empedrada. Y, si tiene suerte, conocer a los indígenas Kogui que aún habitan la zona. Descender por el río hasta el mar flotando en una tripa en medio de tan exuberante paisaje, será una de esas experiencias que le quitarán las ganas de volver a casa.

Le sobran tesoros

Santa Marta fue saqueada e incendiada por piratas más de 14 veces. De seguro, sabían que este era un sitio especial. Aún hoy, dicen que las mayores riquezas de la ciudad no se encuentran en tierra firme, sino debajo del agua. En la mesa de cualquier restaurante podemos ratificar que es cierto. Desde el pescadito frito a la orilla de la playa, hasta sitios de alta cocina, como el restaurante Made in Spain, con su increíble paella de langosta, dicen a gritos que en Santa Marta puede hacerse de todo, menos comer mal.

Mención especial merece el restaurante Donde Chucho, manejado por su propio dueño, Chucho, quien es hoy toda una celebridad local. Comenzó vendiendo cocteles de frutos del mar en un carrito, y hoy posee varios restaurantes que figuran entre los mejores de Colombia. No se sabe si fue el kibbe de caracol o su suculenta ensalada de manjares del mar con pulpo y manta raya los que lo catapultaron al éxito, pero sí estoy seguro de que su carisma ayudó bastante. Desde Shakira, hasta el presidente Santos, han probado sus platos y hay fotos para probarlo. De hecho, no hay visitante que pase por allí y se vaya liso: si usted va a Donde Chucho, tendrá que tomarse una foto con él.

Fue Chucho quién nos llevó a conocer el local nocturno más popular de Santa Marta, Burukuká, una discoteca de varios ambientes, encumbrada en lo alto de un morro, que ofrece la mejor vista de la ciudad. Decir que se baila de todo y la rumba es buena, sería caer en lo obvio. Parada obligada. Y no vamos ni por la mitad. En Santa Marta está la Quinta de San Pedro Alejandrino, donde murió Bolívar. Está el pueblo de pescadores de Taganga, con los atardeceres más hermosos de la zona.

Podría pasar tres páginas más hablando de las muchas otras bondades que ofrece la ciudad natal del “Pibe” Valderrama quien, por cierto, cuenta con una estatua gigante en el barrio donde se crió, pero la cosa aburriría y probablemente se convertiría en una carta de amor demasiado personal. Vaya y comience a escribir usted su propio romance con esta ciudad que le aseguro, no dejará a nadie indiferente.

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