sábado , septiembre 14 2024

Tierra de mar

La rutina de Galicia está signada por la presencia del mar, que la bordea y la penetra con el talante de una entidad mágica que bendice todo aquello que riega

Por Sandra Barral

Galicia, comunidad autónoma española ubicada en la esquina noroccidental de la península ibérica, posee una costa que se extiende a lo largo de 1500 kilómetros y que exhibe, como principal característica y orgullo, la presencia de rías: un fenómeno geológico poco común, representando por valles tectónicos hundidos y de profundidad moderada, que al ser penetrados por el mar forman costas transversales de gran belleza y riqueza.

Las rías convierten a esta región en una de las zonas pesqueras más importantes del mundo, lo que a su vez favorece una gastronomía en la que pescados, mariscos y moluscos hacen las delicias de nativos y visitantes.

Pero la costa gallega, como regalo de la naturaleza, tiene más que ofrecer. La erosión del Atlántico talló en ella una multitud de cabos que se suman a un gran número de archipiélagos que como centinelas pétreos de las rías cuidan su entrada y se convierten en morada para colonias de aves marinas. Según el último conteo, 316 archipiélagos, islotes y peñascos enriquecen la zona, con los famosos grupos de islas Cíes, Ons y Sálvora a la cabeza.

Y lejos del significado geográfico, todo lo mencionado anteriormente es sinónimo de paisajes generosos, de rincones pintorescos en los que el agua matiza con sus azules de verano o sus grises de invierno, las orillas salpicadas de pueblos y engalanadas con más de 700 playas, que representan 25% del total de España y reúnen el mayor número de las que han sido bendecidas con banderas azules en ese país.

Para pasear, comer, darse un chapuzón o simplemente complacer a la vista, las costas gallegas no sólo son perfectas; resultan una cita ineludible.

Rumbo al norte

Recorrer la costa gallega obliga numerosas paradas. El periplo de sur a norte bien puede comenzar por el castro de Santa Tegra.

Situados en su mayoría en zonas altas, los castros eran recintos fortificados que encerraban construcciones de forma circular. Florecieron en la región en la época pre romana y ahora -como parte de sus restos- se aprecian las bases circulares de piedra. Se les conoce coloquialmente como ruinas celtas, y específicamente el castro de Santa Tegra regala una vista fabulosa de la desembocadura del mar y del río Miño, que marca la frontera con Portugal.

En busca del norte, por una vía recta que muestra a un lado el océano y al otro soberbias montañas, se llega a Baiona, donde es menester visitar el castillo de Monterreal y el parador turístico: Conde de Gondomar, que forma parte de la red de paradores nacionales (hoteles ubicados en construcciones de valor histórico como castillos, palacios o mansiones).

La importancia de este punto radica en que fue allí donde, en 1493, Martín Alonso Pinzón arribó tras su viaje a América y dio la noticia del descubrimiento de las Indias. Para más señas, en el puerto de Baiona hay una réplica de una de las tres famosas carabelas: “La Pinta”.

Si se sigue bordeando la costa se llega a la ría de Vigo, la primera de una seguidilla de cuatros grandes rías que concentran el mayor movimiento turístico en Galicia. Protegida en su entrada por las islas Cíes, gracias a su profundo calado y tranquilas aguas, es ideal para la navegación y la práctica de deportes náuticos. Sus aguas son cristalinas y, a pesar de que para los acostumbrados al Caribe pueden resultar frías, se hacen irresistibles en verano. Playas hay de sobra y para todos los gustos. Samil, por ejemplo, con sus casi dos kilómetros, cuenta con un paseo que incluye desde piscinas públicas, hasta cancha de baloncesto o pista de patinaje. Restaurantes, cafeterías y discotecas contribuyen a dar un gran movimiento a la zona. Pero también se cuentan sitios más íntimos, que aparecerán en la vía para hacerle al viajero muy complicada la decisión.

Sigue en el mapa la ría de Pontevedra, que es otro cofre lleno de piedras preciosas. Combarro, un pequeño pueblo de pescadores, de calles angostas y viejas casas de piedra amontonadas en una suave pendiente, se presenta como una parada interesante, a la que debe seguir, sin excepción, Sanxenxo, localidad turística por excelencia.

El paseo por carretera que se hace al borde de las rías es un magnífico espectáculo visual, tanto en verano como en invierno. Puede que de una estación a otra cambien los matices, pero la majestuosidad es la misma.

La playa de la Lanzada, inmensa y de tipo oceánico, es también muy popular en la costa sur de Galicia, y aparece en el camino a la ría de Arousa, donde son rincones atractivos la isla de la Toja (A Toxa), el Grove, Cambados y Villagarcía de Aorusa. Esta ría, la mayor de toda España, es famosa por su riqueza marina, así que no sobra tomar una excursión en catamarán para conocer, por ejemplo, cómo se cultivan mejillones en unos viveros flotantes llamados bateas, que están salpicados por toda la ría y que la convierten en la zona de mayor producción de este molusco en todo el mundo.

Antes de entrar en la cuarta de las rías bajas hay que hacer una parada en la playa de Corrubedo. Uno de sus accesos obliga a caminar bordeando un grupo de dunas que forman parte de un complejo declarado parque natural. Aunque esos minutos a pie puedan resultar agotadores, bien valen la pena, porque son la antesala a una playa inmensa, donde los amantes de la tranquilidad y la naturaleza encontrarán un paraíso.

Luego, se abre paso la ría de Muros y Noia, que tiene pocas playas, pero no por ello menos paisajes entrañables, protagonizados por montes de roca desnuda como el Pindo. Además, esta ría se permite dar la bienvenida a los viajeros que vienen desde el sur con el castro de Baroña, ubicado en una minúscula península y protegido por un bosque. Allí, la visual es fabulosa, especialmente al atardecer.

En el camino hacía la ría de Corcubión, la última de las Bajas, está la amplia playa de Carnota, que con sus siete kilómetros es la más grande de Galicia y representa un espacio protegido: un conjunto de dunas y marismas donde nidifican numerosas especies de aves.

Ézaro también merece una visita, para hacer fotos de rigor. Posee el único río de Europa que desemboca en cascada, el Xallas, en cuyo curso se han construído varios embalses. Si hay suerte, la visita puede coincidir con el día en que la central termoeléctrica abre las compuertas y entonces se apreciará la caída de agua en todo su esplendor; de lo contrario, el paseo es igualmente fabuloso y permite llegar hasta el pie del salto, escondido en un pequeño rincón de rocas erosionadas.

La última parada recomendada en este recorrido por las costas del sur gallego es el cabo Finisterre (del latin finis terrae), el punto más occidental de Galicia, que era para los romanos el fin de la tierra; el comienzo de lo desconocido. Allí, el faro homónimo, ubicado en un edificio de finales del siglo XIX, es -según algunos- el monumento más visitado en la región después de la Catedral de Santiago de Compostela. También puede ser, perfectamente, el punto de partida para descubrir las rías altas.

Arriba hay más

El trecho que va desde el cabo Finisterre hasta casi llegar a la Coruña es conocido como Costa de la Muerte y está a rebosar de acantilados. Fuertes corrientes, temporales, niebla espesa, zonas bajas que son una trampa para los marineros y múltiples naufragios le han valido el nombre a esta zona rica en leyendas, de naturaleza salvaje y aguas indómitas, que ofrece cuadros muy atractivos al visitante

Después, a partir de la Coruña y hasta la frontera con el principado de Asturias, se ubican las rías altas: de La Coruña, Betanzos, Ares, Ferrol, Cedeira, Ortigueria, Barquero, Viveiro, Foz y la de Ribadeo, que encierran un conjunto de pueblos pesqueros y playas de aguas más frías, pero muy hermosas.

En estas orillas del norte de Galicia sobresalen tres sitios. El primero de ellos es la Torre de Hércules, que data del siglo I y se enorgullece de ser el único faro romano del mundo en funcionamiento. Subir a esta construcción declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2009, requerirá algo de ejercicio cardiovascular, pero la fabulosa vista será la mejor recompensa.

El segundo punto es Viveiro, donde es una buena idea tomar un café, justo donde se mezclan la ría y la desembocadura del río Landro, o bien dar un paseo por el pueblo que aún conserva parte de lo que otrora fuese un recinto amurallado. Callecitas angostas, casas de granito con sus respectivos escudos y una cuadra entera cuyas fachadas están repletas de galerías de cristal con marcos de madera pintada de blanco, merecen especial atención.

El último trofeo de la costa gallega está ubicado de cara al Mar Cantábrico. La playa de las Catedrales debe su nombre a sus característicos arcos y cuevas, y puede ser recorrida de punta a punta sólo cuando baja la marea. Entonces es posible entrar en sus grutas o bañarse en las piscinas naturales que se forman cuando el mar retrocede. El efecto de la erosión ha hecho en este lugar una verdadera obra de arte, por ello no sobra monitorear las mareas para hacer la visita en ese momento idóneo, que permitirá un encuentro único y fotos que engrosarán la lista de postales reunidas a lo largo de todo el recorrido por las generosas costas de Galicia.

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