lunes , septiembre 16 2024

Varsovia, una ciudad de contrastes

“(…) a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. En ocasiones hasta los nombres de los habitantes permanecen iguales, y el acento de las voces, e incluso las facciones; pero los dioses que habitan bajo esos nombres y en esos lugares se han ido sin decir nada y en su sitio han anidado dioses extranjeros. Es inútil preguntarse si estos son mejores o peores que los antiguos, dado que no existe entre ellos ninguna relación, así como las viejas postales no representan a Maurilia como era, sino a otra ciudad que por casualidad se llamaba Maurilia como ésta.”

Italo Calvino La ciudad y la memoria 5, Las Ciudades Invisibles

Texto y fotografía de Ricardo Avella — avella.ricardo@gmail.com

Centrum

o la ciudad moderna

Una ciudad puede ser muchas ciudades. Al bajar del tren en la inquietante Warszawa Centralna, la estación central, emergimos de nuevo a la superficie y la capital polaca nos ofreció su primer rostro: se presentaba como una ciudad moderna, perfilada por altísimos edificios de construcción reciente, donde los hombres de negocios caminan apresurados en saco y corbata entre los vagabundos alcoholizados en plena mañana. Los rascacielos no esconden (ni pretenden esconder) la historia turbulenta de Varsovia, pero sí dan la impresión de querer cicatrizar las heridas del pasado, todavía abiertas y muy dolorosas.

El vidrio y el acero son los materiales predilectos de la nueva arquitectura varsoviana, porque la dureza del concreto es inmediatamente asociada a los tiempos del comunismo. Pero en medio de aquel mar de torres, ninguna llama la atención como el gigantesco Palacio de la Cultura y la Ciencia: un regalo de la Unión Soviética en los últimos años del estalinismo. Sigue siendo el edificio más alto de Polonia, y guarda un parecido abismal con cualquiera de los siete rascacielos que Stalin construyó en Moscú, conocidos popularmente como las Siete Hermanas. Pesado y opresivo, debía recordar a los polacos de aquel entonces a qué bando pertenecían en aquel mundo bipolar de la Guerra Fría.

Es innegable que el ingreso de Polonia en la Unión Europea ha comportado cambios drásticos y traumáticos en la sociedad polaca: en aquel extraño lugar, quien no va a la estación de trenes se dirige al Z?ote Tarasy: un extravagante centro comercial donde se venden todos los placeres del mundo profano, sobre la avenida Juan Pablo II. Allí vi a los eslavos comer hamburguesas en el Hard Rock Café, y la gente corría como alocada de un lado al otro, indecisa entre las ofertas del verano y los nuevos productos de la línea de otoño. Dentro del centro comercial, nuevo y reluciente, todos olvidaban que estábamos en Polonia, que al frente había un rascacielos estalinista, que la plaza estaba llena de mendigos, y que los trenes que dejaban Varsovia iban en dirección a Minsk, Kiev, Moscú o San Petersburgo.

Stare Miasto

o la ciudad que renació de las cenizas

El gobierno polaco en el exilio, ante la llegada inminente del Ejército Rojo, organizó un importante levantamiento en la capital con la intención de liberar Polonia antes de que lo hiciera la Unión Soviética. Los varsovianos resistieron heroicamente durante 63 días a las tropas alemanas, completamente aislados, mientras veían con impotencia cómo los bombardeos y los cañones destruían la ciudad. Los aliados ignoraron las peticiones de ayuda de los insurgentes, y el alzamiento inevitablemente fracasó.

Cuando los rusos entraron en Varsovia, en enero de 1945, 85% de la ciudad estaba en ruinas. Una parte importante había sido arrasada durante la lucha; pero después de haber reprimido el levantamiento, los alemanes decidieron destruir lo que quedaba de la capital: escuadrones de ingenieros, con la ayuda de explosivos y lanzallamas, ejecutaron la demolición sistemática y organizada de Varsovia; casa por casa, monumento por monumento.

Fue tan completa la destrucción que algunos sugirieron mudar la capital, pero el orgullo polaco se sobrepuso y prefirieron reconstruir Varsovia; no tanto por su memoria histórica ni por su valor artístico, sino como reacción política a la voluntad alemana de acabar con la identidad de un pueblo. El centro histórico de Varsovia renació de las cenizas como un ave fénix, sobre la base de fotos y dibujos que enviaron de todas partes del mundo. Todo lo que pudo rescatarse de los escombros fue reutilizado, y en 1964 los varsovianos tenían una nueva “ciudad vieja”.

La reconstrucción de Varsovia tiene un gran valor histórico, y es todo un monumento a la fortaleza que han demostrado los polacos frente a la adversidad. Pero ésta será siempre una ciudad-museo; quien desee conocer la verdadera Varsovia, aquí encontrará sólo un espejismo.

Mirów y Muranów

o la ciudad del gueto, de la insurrección y del realismo social

A pocos pasos de la “ciudad vieja” encontramos una Varsovia muy diferente, más real y menos encantadora: es la ciudad de los grandes bloques de vivienda, levantados en los primeros años del comunismo; la mirada se pierde en el horizonte, y sólo alcanza a ver el mismo edificio gris repetido insensiblemente y de manera homogénea sobre una superficie de varias hectáreas. Después de la guerra había sólo ruinas, el problema habitacional era una terrible realidad, y de alguna manera había que hacer frente a la situación. La eficiencia primero.

Nunca habría imaginado que la memoria de un lugar pudiese ser borrada por completo. Si no fuese por las placas conmemorativas que conseguimos en algunas esquinas, escritas en hebreo y polaco; o por aquellos escasos y dolorosos monumentos, nadie creería que allí vivió la comunidad judía más grande de Europa. El recuerdo de aquellas 380.000 personas (un tercio de la población de Varsovia antes de la guerra) quedó sepultado bajo la masa de los edificios prefabricados.

En Mirów y Muranów, la Alemania Nazi delimitó el gueto judío en 1940: primero con un alambre de púas y después con un muro de tres metros de altura, del que no queda sino un fragmento en el número 55 de la calle Sienna. El hambre, las enfermedades y las deportaciones que se llevaron a cabo en la Umschlagplatz, de donde salían los trenes al campo de exterminio de Treblinka, acabaron con la vida de cientos de miles de personas.

La primavera de 1943, la Organización de Combatientes Judíos organizó una de las primeras revueltas masivas contra la ocupación nazi en Europa: al descubrir que los alemanes pretendían liquidar definitivamente el gueto, los sobrevivientes tomaron el control y libraron una valiente y desigual batalla que duró tres semanas. Tras el inevitable fracaso de la insurrección, los alemanes arrasaron el terreno del gueto y acabaron con la historia de la comunidad judía de Varsovia.

Hoy el verde suaviza como puede la dureza del paisaje, que no se parece en nada al que alguna vez existió; no se conservó ni el trazado de las calles, y se hizo tabula rasa con la memoria.

Praga

o la ciudad que alguna vez fue

Nuestro hostal quedaba en la ribera oriental del río Vístula, en el barrio de Praga Po?noc: el único distrito que sobrevivió a la destrucción planeada de los alemanes. Allí descubrimos otra Varsovia (o mejor dicho, lo poco que quedó de aquella ciudad que alguna vez existió y también se llamó Varsovia). Quien está interesado en saber cómo fue la capital polaca, está obligado a sumergirse en sus silenciosas calles perfumadas de eneldo.

Todo es triste, decadente y fascinante en aquel viejo barrio obrero. Los varsovianos lo caminan con prudencia, nos sugieren guardar las cámaras de fotos, y las guías turísticas aconsejan evitarlo. En la calle del hostal, tan desierta y deteriorada como cualquier otra, vimos paredes repletas de agujeros de balas; más tarde descubrimos que éstas eran las marcas de la segunda guerra mundial. Encontramos pequeños santuarios en los patios internos de algunos edificios; y atravesamos varias manzanas residenciales, como se atraviesan los parques o las plazas, porque los bombardeos dejaron vacíos en la trama urbana que no han vuelto a ser construidos. En Polonia tuvimos la impresión de que la guerra había terminado hace poco: más allá de los efectos físicos todavía visibles en la ciudad, la gente se mostraba incómoda cuando sacábamos el tema, y muchas preguntas sencillamente se quedaron sin respuesta.

En ocasiones sentimos que los años del comunismo nunca habían acabado del todo: los más ancianos lucían cansados y melancólicos; los numerosos comedores subsidiados por el estado estaban siempre llenos de gente, y estoy seguro de que sufrirían realmente si perdieran la oportunidad de comer dos platos y una sopa por unos pocos z?ote; las ropas que vestían muchos polacos pertenecía a otra época y todo alrededor era viejo, amarillo y desgastado.

Sin embargo hay muchos jóvenes por la calle, muchísimos, y tienen una mirada alegre y esperanzadora que vimos en muy pocos hombres adultos: no dudan de que las cosas sólo puedan mejorar. Atraídos por los bajos alquileres, han invadido el distrito más viejo de la capital y están cambiando el estado de las cosas: hoy la zona está repleta de estudios de arquitectura y diseño, pequeñas galerías y talleres de artistas emergentes. En la calle Zbkowska trasformaron una fábrica de Wódka en un gigantesco centro cultural; y en la Fabryka Trzciny, que alguna vez produjo mermeladas, ocurre algo parecido: en Praga, los varsovianos asisten al renacimiento de una parte de la ciudad que había tocado fondo; y el barrio de alguna manera refleja el optimismo que existe en el país.

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