domingo , septiembre 8 2024

¿Y qué hacemos con estos embriones que nos sobran?

Por Oscar Medina — @oscarmedina1

El 25 de julio de 1978 nació la niña Louise Brown en un hospital británico. Ella y otro bebé anónimo se reconocen como los primeros seres humanos nacidos a partir de la entonces experimental técnica de fertilización in vitro. Visto a la distancia de los años, esta modalidad ha tenido avances vertiginosos. Uno de los más importantes fue el desarrollo de la capacidad de congelar embriones para almacenarlos y transferirlos posteriormente. En aquellos tiempos se les llamó “bebés de probeta” y para muchas parejas la posibilidad significó un verdadero milagro de la ciencia.

Una de mis sobrinas, de hecho, nació a partir de este milagro —una de las primeras en el país- y es hoy una hermosa y talentosa mujer que es a la vez orgullo y tormento de sus sobreprotectores padres. Pero esa no es la historia que quiero contar.

La intención aquí es compartir una lectura inquietante en más de un sentido. Si bien la fertilización in vitro es ciertamente una bendición para las parejas con problemas de fertilidad, su evolución y auge nos han traído a un escenario complejo: ¿qué hacer con los embriones extra, los que no se usaron, los que fueron enviados al congelador? ¿Qué son? ¿Son vidas humanas? ¿Son personas? ¿O son personas en potencia?

Y más: ¿qué harán las parejas en el futuro con esos embriones? ¿Los dejarán por siempre congelados hasta que llegue el día en que ya no puedan afrontar los costos? ¿Quién tomará la decisión de desecharlos o no cuando esas parejas ya no estén?

Un interesante reportaje en el sitio web Vox retrata la situación actual en Estados Unidos. Para incrementar la posibilidad de éxito de un embarazo de esta naturaleza, a lo largo del tiempo los médicos optaron por trabajar con un mayor número de embriones por pareja. Así, si fallaba el primer intento las personas podían tener múltiples oportunidades. Y estos embriones no utilizados terminan almacenados. Se estima que nada más en Estados Unidos hay alrededor de 1 millón de embriones preservados en nitrógeno líquido, cuyos “dueños” pagan hasta mil dólares anuales por el servicio de mantenerlos. Porque hay algo importante: son pocas —por no decir ninguna- las parejas que toman la decisión de desecharlos una vez logrado el objetivo de embarazarse. La mayoría piensa que podrían utilizarlos en el futuro para concebir otros hijos. Esa, por supuesto, es una posibilidad. Las otras son donarlos a la ciencia o donarlos a otras parejas con problemas de fertilidad aún mayores.

Y aquí entra en juego la religión. El reportaje explica que para grupos religiosos de tendencia cristiana, esos embriones son personas. Y que son, de hecho, huérfanos a la espera de un hogar. En 2002 los activistas de los llamados movimientos pro-vida convencieron al entonces presidente George W. Bush de la necesidad de legislar y disponer de fondos para promover lo que finalmente se conoció como la “life-affirming alternative”. Y desde entonces el gobierno estadounidense ha llegado a invertir hasta más de 4 millones de dólares por año en promover información sobre la existencia de miles de embriones congelados que podrían estar disponibles para la donación/adopción. Y no se trata de un clásico lobby: hay agencias de tendencia cristiana especializadas en proveer el servicio.

Por el lado de la ciencia médica también se está haciendo algo similar: instituciones y clínicas que hacen de intermediarios entre las partes para ayudar a parejas infértiles a través de la donación de embriones. Les separa, sin embargo, un asunto de conceptos: para los médicos no son personas, son embriones con el potencial de convertirse en personas y por tanto no puede equipararse esto a la adopción. La razón es sencilla: obtener, mediante pago o donación, un grupo de embriones no garantiza que se convertirán en bebés. Lo que se está recibiendo es la posibilidad de que lo sean. Pero esto puede fallar. Y el riesgo se estima en 70%.

A esto se añaden otros factores de diferencia: las agencias religiosas establecen parámetros estrictos que van más allá de las naturales reticencias de las parejas dueñas de los embriones. Por ejemplo: nada de mujeres solteras y mucho menos parejas homosexuales. Y también se abre la perspectiva de un negocio: adoptar en ese país puede implicar costos de hasta 50 mil dólares y esperas de hasta cinco años o más. El procedimiento de donación es expedito y económico: la nota cita un caso de un set de cinco embriones congelados por siete mil dólares.

La perspectiva es que se desarrollen sitios web que pongan en contacto directo — o más o menos directo- a parejas con embriones disponibles con personas que andan en la búsqueda. Sí, algo parecido a los sitios para conocer a gente. Una especie de lugar de citas para convertirse en padres. Y en la medida en que las decisiones se tomen sin intermediarios, las fronteras morales, religiosas y legales se irán desvaneciendo. ¿Es positivo esto? Puede que sí, pero también puede que no.

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